Mecha

Un vidrio que resplandece la opacidad, collage espiritual con las ondas sonoras de la esperanza. La mujer dividida en dos siluetas, aunadas. Mecha de papel para encender este tramo de la vida. ¿Tienen alguna especie de continuidad los tramos? La tos marca la ruptura. Caballos mecanizados he visto por algún lugar férreo. Una antigua y nueva red. Se ha dicho que cada uno de nosotros formamos constelaciones y, al igual que las estrellas, no tenemos conciencia de ello. Nos atraemos y repulsamos. Al escribirlo, ¿lo hacemos consciente? El pie de la copa del árbol, y el borde. Espíritu en liquidez. Humedecida, la oscuridad es cascada murmurante como estupefaciente de la serenidad. Caer dos, tres, cuatro veces en el mismo pozo como niños que se acercan en busca del juego que el tiempo traspapeló en el deseo que algún lugar del alma concretará en el sueño de la realidad, sin conflictos; realidad pura del hombre en libertad. Un largo tiempo sin conectar el querer con la piedra, la real realidad. RESULTA que ahora hay que seguir viviendo con y a través de la materia. La actividad como medio donde desarrollar los deseos. Aspirar un poco de razón y exhalar el inconsciente. Combatir la opresión en el trabajo, la rutina que se enajena. Los hechos tienen su lógica y no es sinónimo de verdad, es lógica. Lo certero es cambio, el estado del espíritu. La idea algo a realizarse; la opinión un parecer sobre lo realizado. Y la idea se asemeja, se arrima, al deseo. Por demás de racional intentar establecer lo que son y pueden ser las cosas. Por el AZAR, siempre vendrá. Y la sorpresa será dentro de la idea y el deseo. Los libros o átomos; todos juntos, entretejidos como moléculas de la mente. Al enchufar la vista en sus páginas podremos experimentar nuestra historia común. La soledad puede llegar a ser igual al helecho o una fábrica abandonada. El agua aclimatará el encuentro. La inmovilidad correrá. Imposible atrapar la música con las manos o superficie corporal. Ella lo hará y se inmiscuirá por todos los poros de nuestra materia orgánica. Si lees podrás cerrar los ojos. Si tocas extraer tus dedos. Si chupas, masticas o tomas; escupir o tragar. Si piensas, dormir; si sueñas, despertar. Si hueles, respirar por la boca. Si ese violín raspa y canaliza el conducto de tu oreja; si el rasgueo de la guitarra ondea tu tímpano, si la batería hace hundir y flotar como una boya en pesca las partículas de tu cuerpo: no intentes nada, será en vano. Ladrido de un perro. Estela de humo sobre la pantalla. Cuadro sombreado en la oscuridad. Mujer lejos y en mente. Abuela: “no le hagas caso a las mujeres”. Deidad: “la concha de dios”. El congelador psíquico con su blanco dolor helado. Cuando descubrí el rocío y conocí la muerte. Allá por algún hielo día que fue derritiéndose para ser ausencia hasta de mí. Donde las nubes ya no eran trapecios y, mientras daba dos pasos, el yuyo derribó la vertical del instante. Brusco cambio de la sien al girar. La esquina del beso y el descubrir, tras un matorral impenetrable, la curva ladera del cielo. Aquel ahora que al pasar ha sido engañado al develar el espejismo que alguna vez solo conocían las “videntes” de André. En el transcurso un pibe cruzó la calle con su sueño de libertad: trance. La senda peatonal lo encauzó hasta la posterior transgresión vuelta cauce. En la explanada de la pampa descansa la vista del indio hijo de la cima mutilada con la dinamita del oro. Me desligo y aparece la perfección: una Diaguita.

Publicado por Julián Emiliano Ayué

Periodista Trunco. Productor Asesor de Seguros.

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